¿En Ecuador se hace cine?

Samanta YÉPEZ

En Ecuador se hace cine, es el título de un ciclo presentado en la cinemateca de Montevideo en 2009. Este pleonasmo denota a qué punto la cinematografía ecuato- riana podía parecer modesta a los ojos de otros países sudamericanos. En Francia, las oportunidades de ver estas obras siguen siendo escasas, de ahí el deseo de traer aquí una muestra de ese cine fabricado en el “centro del mundo”. Se trata de hacer converger en este “centro” que es París, imágenes que vienen de otros lugares, historias que nos conmueven, nos sacuden, nos hablan.

Esta programación propone varios trayectos, uno de ellos gira alrededor del universo del escritor Jorge Enrique Adoum con el documental Jorgenrique, de Pocho Àlvarez, y la ficción Entre Marx y una mujer desnuda, de Camilo Luzuriaga, adaptada de la novela homónima. La relación entre literatura y cine también está presente en el largometraje Cuando me toque a mí, de Víctor Arregui, adaptación de la novela De que nada se sabe, de Alfredo Noriega, y en el cortometraje Un hombre muerto a puntapiés, de Sebastián Arechavala, adaptación del cuento de Pablo Palacio. Defender el cortometraje, ese lugar de experimentación y búsqueda, es esencial. Cada largometraje estará precedido por una obra corta. La diversidad de estilos y de miradas que desarrollan estos jóvenes cineastas anuncia un futuro prometedor para nuestra cinematografía.

Redescubrir una película que marcó el cine contemporáneo ecuatoriano es también importante. Ratas, ratones, rateros, de Sebastián Cordero, obra emblemática de los años 90, teje su trama en las grandes ciudades colmadas de caos. Imposible olvidar ese momento en que Ángel, con su aspecto maltrecho, anuncia con una gran sonrisa a su banda de cómplices que tiene la solución para salir de la crisis. Otro destino que nos hace tomar conciencia de la injusticia social es el del personaje principal de En espera, de Gabriela Calvache. Aquella niña indígena nos conmueve y los caminos que toma nos indignan.

La atracción - ¿o la necesidad? - de la travesía parecen guiar a un buen número de cineastas. En Qué tan lejos, Tania Hermida escoge el road-movie para contar el viaje de Teresa, una estudiante en mal de amores, mientras que Mateo Herrera en Impulso construye una historia de suspenso donde Jessica, una colegiala, deja la ciudad y se marcha al campo para indagar en su pasado. En estas dos películas encontramos personajes que se buscan y a una misma actriz que los encarna: Cecilia Vallejo. Abuelos, de Carla Valencia, cuenta también un itinerario. La poesía del relato nos invita a viajar con la cineasta, de Ecuador a Chile, en busca de sus raíces.

Ir al encuentro del otro es la apuesta de los documentalistas. Andrés Barriga en Mejor que antes propone una deambulación poética en un Ecuador contemporáneo donde la figura del héroe revolucionario Eloy Alfaro está latente. En este ensayo, avanzamos en un tren emblemático que va juntando retazos de vidas.

Con Chigualeros, Alex Schlenker dibuja el retrato de un grupo de salsa que va más allá del “documental musical”. La complicidad que establece con sus personajes le da un giro al relato anunciado y el encuentro con los músicos se cristaliza. Jorge Luis Narváez, por su lado, construye en Alpachaca, puente de tierra una narración clásica cuya fuerza emana de los testimonios de los habitantes negros del Valle del Chota. Recordamos a aquel anciano que habla de su condición de esclavo en un pueblo árido donde el sol es de plomo. En Burdeos, donde escribo este texto, vuelven a mi mente el pasado negrero de este puerto y ese hombre afro-ecuatoriano. Su voz y sus palabras resuenan aun aquí.

Patricio Guzmán dice que un país sin cine documental es como una familia sin álbum de fotos. En el caso del Ecuador, creo que eso es válido cualquiera que sea el modo de expresión que escogen los cineastas.

¿En Ecuador se hace cine? Esta frase podría ser la réplica del policía de migración que le pregunta a un joven cineasta su profesión antes de sellarle el pasaporte. En esta escena de Prometeo Deportado, de Fernando Mieles, el joven cineasta intenta explicar su oficio de varias maneras. En su reacción se vislumbra el aire del cine ecuatoriano: aventurero, audaz y siempre listo a dar el salto.