El cine de todos los mundos, este cine

Ramiro NORIEGA


Permítanme insistir: no hay nada más universal que lo local. Cuando parecía que todo quedaba establecido, emergen todas las formas de todos los mundos, como diría Edouard Glissant. Y no se equivocaba. Con él, queremos plantear que hay una diferencia entre lo nuevo y lo inédito. Esta Semana del Cine Ecuatoriano en Francia tiene tanto de lo nuevo como de lo inédito, y eso es mucho decir.

Está claro que el siglo XXI es el siglo de todos los mundos. El movimiento de unos y otros, de todos, es el alimento de ese fenómeno que nos ilusiona y compromete. Esta Semana del Cine del Ecuador forma parte de esa deriva; se inscribe en el escenario como un hecho inusitado, casi una rareza, pero no lo es ni quiere serlo. Lo que merece es ser esto, una Semana del Cine, con todas sus letras y matices.

El mundo de todos los mundos se configura como una suma de fragmentos diversos: nada resulta igual a nada, todo se mueve. A veces nos movemos en una dirección, casi siempre en muchas direcciones. El cine, un siglo después, habla claramente de esa dinámica que es a la vez un desafío. Es que el cine, como el movimiento, más que un hecho es un derecho: no basta con quererlo para tenerlo. La imagen es también, y quizá sobre todo, un ámbito de disputa en cuanto tiene que ver con lo cultural.

En ese ámbito en disputa, la Historia del cine del Ecuador se parece a una ruina en la que prevalecen más las ausencias que las presencias. No queda suficiente de lo que hemos sido y también de lo que se ha filmado. Esto nos interpela y por eso esta Semana del Cine del Ecuador en Francia ha de ser asumida no solo como una progra- mación artística sino como una apuesta de política pública. Los olvidos hay que remediarlos. Que de ese espacio en ruinas surja una cinematografía viva, crítica, diversa y potente nos tiene que alegrar.

Esta Semana tiene todo de lo particular y mucho de lo universal pues trata, en esencia, sobre la aventura humana. La hemos llamado, en un juego de palabras, de varias maneras. La primera que salta a la vista es aquella de las “imágenes del centro”, por una alusión que debe leerse al menos en dos direcciones: una, en virtud de que cada película se basta a sí misma, en sus debilidades y en sus fortalezas. Y otra, en relación con el país del que proviene, señalado y estereotipado por aquella idea de ser, efectivamente, “el centro del mundo”, donde todo comienza y termina.

Sumadas ambas alternativas tenemos que estas “imágenes del centro” hablan a la vez de algo que somos y algo que creen que somos.

A esta Semana también la hemos llamado “de las imágenes descentradas”. Así hemos querido convocarnos a ver este cine como la expresión de las diferencias, de lo diverso y, por qué no, de la complejidad. Hay una crítica, un mercado, un cine que no creen en esa complejidad; ese cine es casi siempre el cine comercial, que tiene en el núcleo de sus preocupaciones la taquilla y no el relato, por no decir el ser humano.

Imágenes del centro, imágenes descentradas… ambas opciones invitan al espectador a un desafío primordial: descubrir esta cinematografía con el mismo rigor y ternura como se descubre lo íntimo.

Esta Semana del Cine del Ecuador le hubiera gustado mucho al poeta Edouard Glissant. Él, se sabe bien, conocía el daño que en nombre de una supuesta identidad universal nos hemos causado los seres humanos. Glissant prefería hablar de aperturas, de interrelaciones, de diálogos, de conflictos. Este cine venido del Ecuador a Francia pone en escena esas mismas preocupaciones. Con Glissant, en la Semana del Cine del Ecuador en Francia queremos celebrar el concepto de todos los mundos como si se tratara no tanto de una esperanza, sino de una oportunidad.