Hacia nuevos conflictos. Por un cine ecuatoriano

Jorge FLORES

El cine contemporáneo ecuatoriano ha buscado alcanzar un nivel de calidad y sin duda lo ha logrado. En los últimos diez años, el cine en Ecuador ha crecido considerablemente, se crearon escuelas, festivales, se luchó por una ley de cine y se creó el Consejo Nacional de Cinematografía del Ecuador (CNCINE). El Festival Internacional de Cine y Video de los Pueblos Indígenas, el Festival EDOC (Encuentros del otro Cine) y el Festival Cero Latitud, los tres más consistentes del país, han desencadenado un interés por el cine sin precedentes y hoy cuentan con un público masivo y constante.

La ley de cine fue aprobada en 2006 y en 2007 se asignaron los primeros fondos públicos para desarrollo, producción y distribución a través del CNCINE, que se han mantenido hasta hoy. En ese mismo año, Ecuador entró en el programa IBERMEDIA y en 2009 se realizó el DOCLAT (2do Encuentro de Documentalistas de Latinoamérica y del Caribe, Siglo XXI) en la ciudad de Guayaquil, del cual surgió una declaración que promueve la creación del Espacio Audiovisual Latinoamericano y Caribeño. En este momento hay veintidós proyectos que han recibido el aporte del CNCINE y que se estrenarán en los próximos años. Todos estos factores han contribuido para que las películas ecuatorianas empiecen a producirse en un marco más estable e institucionalizado que ha generado buenos resultados.

Actualmente contamos con todo lo que hacía falta, con todo lo que soñaron los realizadores que hicieron cine a pulso en nuestro país. En este nuevo contexto conviven las instituciones públicas, las empresas y equipos de producción, los realizadores y realizadoras, los críticos y los espectadores. Pero existen también realizadores al margen de este proceso de institucionalización que luchan por un cine ecuatoriano desde sus propias trincheras. El cine en Ecuador es un fenómeno que hoy se desborda y sobrepasa cualquier marco. Se lucha por las bases de un cine nacional, por la premura de relatar nuestras problemáticas, nuestro sueños, para al fin vernos representados en la gran pantalla.

El cine, como sistema de pensamiento, no nos ha defraudado; su haz de luz empieza a iluminar nuestras mentes; su poder realista, figurativo y principalmente narrativo nos ha dado imágenes y momentos que nos han impactado de forma brutal, para bien y para mal. La mirada del cine ecuatoriano contemporáneo producido dentro de un marco institucional es una mirada que se proyecta sobre un otro, que representa un mundo romántico en extinción. Es la mirada de un mundo provinciano conformado por las elites (el poder) y las masas (el pueblo); la del intento de acercarse al otro para poseerlo y hacerlo suyo, para fundirse en él, un deseo de fusión entre lo múltiple que ha llevado a los cineastas contemporáneos a privilegiar la representación del viaje. Los héroes de este cine emprenden viajes hacia las profundidades de un país que conocen, pero con el cual les resulta difícil relacionarse* .

Me pregunto que nos traerán los próximos años. ¿Hacia dónde va nuestro cine? La respuesta está talvez en ese otro cine que irrumpe desde las bases, que se distribuye en salas improvisadas, en mercados informales, en la calle. Ese cine llega para desestabilizar, enriquecer y conducir la cinematografía del Ecuador hacia nuevas aventuras y nuevos conflictos. Ese cine siempre en movimiento, que se reconfigura constantemente y nos permite pensar con imágenes las problemáticas de nuestro país, es el que nos permitirá también soñar con nuevas ediciones de esta Semana de Cine Ecuatoriano en París.